Chau inocencia
Lo primero que parece resultar importante para analizar Adiós, niño bonito son los límites, ver cómo nos posicionamos con respecto a los varios límites no tan fáciles de identificar que hay en la obra va a condicionar nuestra lectura de la misma. Hay al interior de la obra un límite claro entre el afuera, sea lo que sea, y el lugar en que se encuentran los personajes, ese cabaret o circo en que a su vez se va a representar un espectáculo. “Esto no forma parte del otro lado” dice en un momento el Hombre, “Bueno, por fin se dio cuenta”, le contesta Lutz, el maniquí anfitrión. “Hambre hay afuera, no acá” había dicho antes ese Hombre genérico que justamente parece ser un puente entre el afuera y ese lugar al que ha llegado buscando respuestas.
Estamos adentro entonces, un grupo de artistas deformes, “freaks”, van a representar una obra, el título es sugestivo, “La vida tal como la vemos”. ¿Teatro dentro del teatro? Eso sería lo más obvio, y es una posibilidad leyendo el texto, pero aquí Luciana Lagisquet toma una decisión que nos hace más difícil la tarea, pues nosotros estamos también allí dentro, prácticamente ocupando un “lugar” muy similar al de ese Hombre en busca de respuestas, que se sienta junto a Lutz entre nosotros a ver, tratando de entender además, esa visión de la vida de los freaks, freaks que en tono de sorna expresan “una intervención extradiegética” cuando el Hombre se dirige a ellos. Ocupamos entonces el mismo lugar que el Hombre, estamos en esa zona, y por supuesto que también somos público, y desde ese lugar sí estaríamos más claramente viendo teatro dentro del teatro, y ese doble lugar en el que nos coloca Lagisquet no parece ser gratuito. Y es que quizá el espectador en el teatro viendo las cosas desde un solo lugar sea alguien privilegiado, esa duplicidad en las que nos coloca la directora aquí parece acercarnos muchos más a la “realidad”. Y vamos a tener que participar activamente para decidir desde que lugar vamos a estar viendo las cosas.
“Cuando se rompió el espejo, nos perdimos”, comenta Lutz poco después de la llegada del Hombre, más adelante agregará “Me miro en el espejo y compruebo que ese que está allí soy yo. Si el espejo se rompe, no me veo más. Si el espejo se parte en mil pedazos, ¿quién soy?”.
Lutz no tiene respuestas para dar, ni siquiera sabe quien es, quizá su única ventaja es tener su lugar, quizá no lo sea, pero es interesante como esos planteos textuales de la autora, la directora los va a ir complementando para que también el espectáculo se fragmente, y la representación misma tome la forma de lo que desea representar.
¿Y cómo es la vida tal como la ven aquellos personajes deformes? Más o menos como son esos personajes, Lorena busca saber quién es, mientras que Hernani le advierte que esa búsqueda significó la desaparición y muerte de sus padres. Curcio y Calcio podrían definirse ambos a partir de las palabras de Curcio “Somos míseros, no tenemos nada para decir. Nadie nos escucha, no le importamos a nadie.” Aquí es donde podemos encontrar ecos de nuestro pasado de torturas y desapariciones y actualidad de impunidades. Esto se refuerza por los comentarios sobre la “obra” que hacen Lutz y el Hombre, pero nuevamente los límites se reajustan y en un momento el Hombre es forzado a formar parte de la representación de los freaks, y pasará de defender una “inocencia” genérica ante cualquier tipo de acusación a involucrarse con una visión que ha colaborado en la creación de esas criaturas deformes, expulsadas o suprimidas.
La bestialidad de la conducta puede cambiar de dirección también, y las víctimas convertirse en victimarios ¿Justicia o venganza? El lugar del Hombre también era el nuestro en la formulación de Lagisquet ¿Nos obliga a mirarnos allí? Quizá, quizá no, el espejo de todas formas está roto como antes ya se había dicho, pero el planteo nos sigue invitando a movernos, a participar activamente en la lectura del espectáculo.
La laberíntica escenografía de Edu Cardozo nos impide una visión cómoda durante gran parte de la obra, la mirada siempre es parcial parece decirnos, y cuando se resuelve esto sigue activando al espectador ese doble lugar en el que se encuentra. El vestuario y el maquillaje, a cargo Erika del Pino y Paula Martell, complementan el trabajo de un elenco parejo, en el que se destaca Domingo Milessi construyendo a ese maniquí con casi imperceptibles momentos de “humanidad” logrando pasajes de excelencia.
Uno puede formarse una interpretación de esta obra, pero lo que más interesa en realidad son las interrogantes que puedan surgir, máxime cuando hemos ocupado durante la obra el lugar de un personaje que quería respuestas pero que no atinaba a formular ninguna pregunta. Y cabe puntualizar que ese “espejo roto” no parece vincularse tan directamente a ese “licuarse” de la realidad ante las infinitas miradas que puedan dar cuenta de ella, una de las características del discurso de la posmodernidad.
Quienes quedamos en el medio de Solari y Lagisquet, quienes fuimos adolescentes y apenas jóvenes durante los noventas, luego de la caída de los grandes “metarelatos” y no eructábamos satisfechos después de “asado con las rojas carnes del fracaso de octubre” como decía Enrique Symns, a veces sentimos un rechazo a priori ante aquel discurso relativista absoluto, porque en realidad no lo era, porque en realidad siempre nos quiso imponer una única manera de ver la realidad, la que había matado a la historia y nos dejaba sin chance de seguir haciéndola. Pero no es el caso de esta obra, que busca el compromiso del espectador con una mirada propia, que dé cuenta de las consecuencias que tenga para él, que no le dice cómo ver, sino que le dice que busque su manera de ver, que no es ni imparcial ni inocente. Lagisquet particularmente es una directora que parece ser muy conciente de una mirada generacional, que combate a los anacrónicos que le quieren imponer su manera de ver, pero que tampoco participa de aquel relativismo que nos licuaba pero nos dejaba siempre en el mismo envase. Hay un compromiso y una búsqueda, que no impone pero que sí puede incomodar.
Es difícil recomendar un espectáculo de este tipo, hay que estar dispuesto a participar activamente para disfrutarlo, lo que sí podemos decir es que uno se quedó con ganas de verlo varias veces más.
Adiós, niño bonito. Autora: Ana Solari. Dirección: Luciana Lagisquet. Elenco: Domingo Milessi, Augusto Mazzarelli, Alejandra Artigalás, Leticia Rodríguez, Mauricio Chiessa, Emilio Gallardo.
Funciones: sábados 21:00, domingos 19:00. Museo del Carnaval (Rambla 25 de Agosto de 1825 Nº 218 esq. Maciel). Tel.: 2916 5493. Entradas: $ 230 (en venta en Red UTS)
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