Sábados y Domingos // Museo del carnaval

Sábados y Domingos // Museo del carnaval
Julio y Agosto 2011

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jueves, 11 de agosto de 2011

Crítica de Leonardo Flamia (Voces del Frente)

Chau inocencia

Lo primero que parece re­sultar importante para analizar Adiós, niño bo­nito son los límites, ver cómo nos posicionamos con respecto a los varios límites no tan fáci­les de identificar que hay en la obra va a condicionar nuestra lectura de la misma. Hay al in­terior de la obra un límite cla­ro entre el afuera, sea lo que sea, y el lugar en que se en­cuentran los personajes, ese cabaret o circo en que a su vez se va a representar un espectá­culo. “Esto no forma parte del otro lado” dice en un momen­to el Hombre, “Bueno, por fin se dio cuenta”, le contesta Lutz, el maniquí anfitrión. “Hambre hay afuera, no acá” había di­cho antes ese Hombre genérico que justamente parece ser un puente entre el afuera y ese lu­gar al que ha llegado buscando respuestas.

Estamos adentro entonces, un grupo de artistas deformes, “freaks”, van a representar una obra, el título es sugestivo, “La vida tal como la vemos”. ¿Tea­tro dentro del teatro? Eso se­ría lo más obvio, y es una po­sibilidad leyendo el texto, pero aquí Luciana Lagisquet toma una decisión que nos hace más difícil la tarea, pues nosotros estamos también allí dentro, prácticamente ocupando un “lugar” muy similar al de ese Hombre en busca de respues­tas, que se sienta junto a Lutz entre nosotros a ver, tratando de entender además, esa visión de la vida de los freaks, freaks que en tono de sorna expresan “una intervención extradiegéti­ca” cuando el Hombre se diri­ge a ellos. Ocupamos entonces el mismo lugar que el Hombre, estamos en esa zona, y por su­puesto que también somos pú­blico, y desde ese lugar sí esta­ríamos más claramente viendo teatro dentro del teatro, y ese doble lugar en el que nos colo­ca Lagisquet no parece ser gra­tuito. Y es que quizá el espec­tador en el teatro viendo las cosas desde un solo lugar sea alguien privilegiado, esa du­plicidad en las que nos coloca la directora aquí parece acer­carnos muchos más a la “rea­lidad”. Y vamos a tener que participar activamente para decidir desde que lugar vamos a estar viendo las cosas.

“Cuando se rompió el espejo, nos perdimos”, comenta Lutz poco después de la llegada del Hombre, más adelante agre­gará “Me miro en el espejo y compruebo que ese que está allí soy yo. Si el espejo se rom­pe, no me veo más. Si el es­pejo se parte en mil pedazos, ¿quién soy?”.

Lutz no tiene respuestas para dar, ni siquiera sabe quien es, quizá su única ventaja es tener su lugar, quizá no lo sea, pero es interesante como esos planteos textuales de la autora, la directora los va a ir complementando para que también el espectáculo se fragmente, y la representación misma tome la forma de lo que desea representar.

¿Y cómo es la vida tal como la ven aquellos personajes defor­mes? Más o menos como son esos personajes, Lorena bus­ca saber quién es, mientras que Hernani le advierte que esa búsqueda significó la des­aparición y muerte de sus pa­dres. Curcio y Calcio podrían definirse ambos a partir de las palabras de Curcio “Somos mí­seros, no tenemos nada para decir. Nadie nos escucha, no le importamos a nadie.” Aquí es donde podemos encontrar ecos de nuestro pasado de tor­turas y desapariciones y actua­lidad de impunidades. Esto se refuerza por los comentarios sobre la “obra” que hacen Lutz y el Hombre, pero nuevamente los límites se reajustan y en un momento el Hombre es forza­do a formar parte de la repre­sentación de los freaks, y pasa­rá de defender una “inocencia” genérica ante cualquier tipo de acusación a involucrarse con una visión que ha cola­borado en la creación de esas criaturas deformes, expulsadas o suprimidas.

La bestialidad de la conducta puede cambiar de dirección también, y las vícti­mas convertirse en victimarios ¿Justicia o venganza? El lugar del Hombre también era el nuestro en la formulación de Lagisquet ¿Nos obliga a mirar­nos allí? Quizá, quizá no, el es­pejo de todas formas está roto como antes ya se había dicho, pero el planteo nos sigue invi­tando a movernos, a participar activamente en la lectura del espectáculo.

La laberíntica escenografía de Edu Cardozo nos impide una visión cómoda durante gran parte de la obra, la mirada siempre es parcial parece decir­nos, y cuando se resuelve esto sigue activando al espectador ese doble lugar en el que se encuentra. El vestuario y el ma­quillaje, a cargo Erika del Pino y Paula Martell, complementan el trabajo de un elenco parejo, en el que se destaca Domingo Milessi construyendo a ese ma­niquí con casi imperceptibles momentos de “humanidad” logrando pasajes de excelencia.

Uno puede formarse una inter­pretación de esta obra, pero lo que más interesa en realidad son las interrogantes que pue­dan surgir, máxime cuando he­mos ocupado durante la obra el lugar de un personaje que quería respuestas pero que no atinaba a formular ninguna pregunta. Y cabe puntualizar que ese “espejo roto” no pare­ce vincularse tan directamente a ese “licuarse” de la realidad ante las infinitas miradas que puedan dar cuenta de ella, una de las características del discur­so de la posmodernidad.

Quie­nes quedamos en el medio de Solari y Lagisquet, quienes fuimos adolescentes y apenas jóvenes durante los noventas, luego de la caída de los gran­des “metarelatos” y no eructá­bamos satisfechos después de “asado con las rojas carnes del fracaso de octubre” como de­cía Enrique Symns, a veces sen­timos un rechazo a priori ante aquel discurso relativista abso­luto, porque en realidad no lo era, porque en realidad siem­pre nos quiso imponer una úni­ca manera de ver la realidad, la que había matado a la historia y nos dejaba sin chance de se­guir haciéndola. Pero no es el caso de esta obra, que busca el compromiso del espectador con una mirada propia, que dé cuenta de las consecuen­cias que tenga para él, que no le dice cómo ver, sino que le dice que busque su manera de ver, que no es ni imparcial ni inocente. Lagisquet particu­larmente es una directora que parece ser muy conciente de una mirada generacional, que combate a los anacrónicos que le quieren imponer su manera de ver, pero que tampoco par­ticipa de aquel relativismo que nos licuaba pero nos dejaba siempre en el mismo envase. Hay un compromiso y una bús­queda, que no impone pero que sí puede incomodar.

Es difícil recomendar un espec­táculo de este tipo, hay que estar dispuesto a participar ac­tivamente para disfrutarlo, lo que sí podemos decir es que uno se quedó con ganas de verlo varias veces más.

Adiós, niño bonito. Autora: Ana Solari. Dirección: Lucia­na Lagisquet. Elenco: Domin­go Milessi, Augusto Mazzarelli, Alejandra Artigalás, Leticia Ro­dríguez, Mauricio Chiessa, Emi­lio Gallardo.

Funciones: sábados 21:00, do­mingos 19:00. Museo del Car­naval (Rambla 25 de Agosto de 1825 Nº 218 esq. Maciel). Tel.: 2916 5493. Entradas: $ 230 (en venta en Red UTS)

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